El segundo día en Copenhague sería el mejor. Un día para conocer una maravillosa ciudad. Un día para disfrutar... sin alumnos.
La mañana comenzó con museos. Si lo que os gustan son los museos, no deberéis hacer caso a esta "guía" turística. No soy muy amante de los museos. Me gustan más las ciudades. Conocer sus calles, sus gentes, sus bares. Si hay algo que quiero ver en un museo, voy, y veo eso. "El grito" de Munch me vuelve loco. Pues voy, y lo veo. Aunque mira, he puesto un mal ejemplo, porque cuando fui a visitar el museo de Munch en Oslo me llevé varias sorpresas, sorpresas fantásticas. Este es un museo muy recomendable. Pero centrémonos. Estamos en Dinamarca. Quizás sea que los dos museos que visitamos son "demasiado" educativos. Pero a mí no me fascinaron. El primero, la Glyptoteca. Tiene una gran colección de arte antiguo. De hecho, tiene una de las mejores colecciones de arte egipcio y romano del mundo. Para quien le guste, oiga. Está bien. Pero tantas cabezas cansan. Además, yo acompañaba a un chico en silla de ruedas, y el edificio será muy bonito, pero en su época no atendían mucho a la movilidad. Casi como ahora. De camino al museo nacional, nos equivocamos y entramos en el ayuntamiento. Fue una casualidad, pero merece la pena entrar a echar un vistazo. Tiene una sala enorme con muchas banderas danesas y una artesanía muy interesante. Ya en el Museo Nacional de Dinamarca, más de lo mismo. Muy interesante, sí. Pero una vez vistas diez piedras que servían de cuchillo hace cinco mil años, vistas todas. No necesito ver la colección completa de las cinco mil cuchillas que encontraron en las tumbas, de aquellos que por cierto mantienen en el museo, que cuenta con una nutrida representación de cadáveres. Esqueleto de mamá con bebé incluido. Hasta aquí, las visitas educativas obligadas.
La siguiente visita era voluntaria, y como todo lo voluntario...sólo profesores y dos alumnos. Y menos mal. Nyhavn. Una maravilla. No se lo pierda. Antiguo puerto pesquero reconvertido en zona turística con cafés y paseos en barco. La arquitectura aquí merece mucho la pena. Las casas son de colores vivos porque se pintaron con los restos de pintura de los barcos pesqueros. Un apaño convertido en arte. Muy recomendable sentarse en una de las terrazas y disfrutar del pescado si hay hambre o de un helado si se va por el postre.
Ya por la tarde noche, una de las visitas más esperadas. Christiania. Este es un barrio con ley aparte. Era un antiguo cuartel que en los setenta fue okupado, con K, por un grupo de hippies que abogaban por la legalización de la marihuana. Y ahí siguen los mismos hippies. Un paseo por sus poco más de dos calles da impresión, incluso a quien ha pasado horas en el Cantarranas de Valladolid o la Malasaña de los 80 en Madrid. Nada más entrar a este pequeño gueto, un cartel enorme anuncia que los fotógrafos no son bienvenidos. No quieren ser bichos de zoo, y no quieren que los turistas vayan a hacer fotos de cómo se hacen porros. Comprensible. En este barrio se juntan jóvenes adolescentes porreros con viejos hippies pasados de rosca, al tiempo que niños jugando en los parques. Y marihuna. Mucha marihuna. En mi vida había visto pedruscos de hachís de tal calibre. Un hombre ofrecía a voz en grito dos piedras como puños. No pregunten por el precio o la calidad. Lo ignoro por completo. Pero a pesar de todo, nos contaron que esa es una de las zonas más seguras de todo Copenhague. ¿Por qué? Porque está rodeada de policías, claro. En Dinamarca la marihuana también es ilegal, pero hay una especie de ley no escrita que no entra en Christiania. Pero cuidado de salir de la zona delimitada con algo indebido. El registro es bastante probable. Y al salir, lo más gracioso. Un arco te despide con el lema "Usted está entrando en la Unión Europea".
Pero lo mejor de Christiania, el restaurante que se encuentra en su corazón. Spiseloppen. Una entrada digna de películas de terror. Con las paredes abarrotada no de graffitis, sino de pintadas. Uno se pregunta, ¿voy al sitio adecuado? Una vez entras, no se diferencia tanto de un restaurante corriente. Antes disponía de mesas alargadas para compartir cena con desconocidos, pero ahora también eso se ha abandonado y tú te sientas en tu mesa y pides tu menú. ¡Y qué menú! Spiseloppen es una cooperativa formada por ocho cocineros de ocho países diferentes, y cada día su menú es diferente, por eso te lo ofrecen en una fotocopia hecha a mano. A nosotros nos tocó chef francés, y los franceses tendrán sus cosas, pero los chefs son chefs. Yo pedí una perdiz, con ensalada de espinacas y queso feta, acompañado de mus de patata y ensalada tropical. Por unos 20 euros, una delicia para el paladar. Un sitio muy, muy recomendable.
La siguiente visita era voluntaria, y como todo lo voluntario...sólo profesores y dos alumnos. Y menos mal. Nyhavn. Una maravilla. No se lo pierda. Antiguo puerto pesquero reconvertido en zona turística con cafés y paseos en barco. La arquitectura aquí merece mucho la pena. Las casas son de colores vivos porque se pintaron con los restos de pintura de los barcos pesqueros. Un apaño convertido en arte. Muy recomendable sentarse en una de las terrazas y disfrutar del pescado si hay hambre o de un helado si se va por el postre.
Paseo en barco por los canales: Otra visita muy recomendada. Por 60 DKK se da un paseo por los canales de Copenhague, pasando por la Nueva Opera, la popular Sirenita y el resto de canales a cuyos lados se esparce una fabulosa arquitectura escandinava. Sobre la Sirenita, ocurre como todos esos pequeños detalles que hacen famosas a las ciudades. ¿Habéis visto la rana de la Universidad de Salamanca? ¿El niño enfadado de Oslo? No será tan bonito, pero se siente algo especial al estar delante de ello. A mí me pasó con la Sirenita, aunque la viera desde el agua. En estos paseos en barco de tan sólo una hora, te presentan lo fundamental de la ciudad, y luego ya tienes todo el día para tumbarte "panzarriba" en sus parques, como el Jardin Rosenborg, que sólo lo vi de paso, pero estaba llenito de gente. Los escandinavos enseguida se desnudan en los parque a broncearse en cuanto el sol asoma un poquito.
Ya por la tarde noche, una de las visitas más esperadas. Christiania. Este es un barrio con ley aparte. Era un antiguo cuartel que en los setenta fue okupado, con K, por un grupo de hippies que abogaban por la legalización de la marihuana. Y ahí siguen los mismos hippies. Un paseo por sus poco más de dos calles da impresión, incluso a quien ha pasado horas en el Cantarranas de Valladolid o la Malasaña de los 80 en Madrid. Nada más entrar a este pequeño gueto, un cartel enorme anuncia que los fotógrafos no son bienvenidos. No quieren ser bichos de zoo, y no quieren que los turistas vayan a hacer fotos de cómo se hacen porros. Comprensible. En este barrio se juntan jóvenes adolescentes porreros con viejos hippies pasados de rosca, al tiempo que niños jugando en los parques. Y marihuna. Mucha marihuna. En mi vida había visto pedruscos de hachís de tal calibre. Un hombre ofrecía a voz en grito dos piedras como puños. No pregunten por el precio o la calidad. Lo ignoro por completo. Pero a pesar de todo, nos contaron que esa es una de las zonas más seguras de todo Copenhague. ¿Por qué? Porque está rodeada de policías, claro. En Dinamarca la marihuana también es ilegal, pero hay una especie de ley no escrita que no entra en Christiania. Pero cuidado de salir de la zona delimitada con algo indebido. El registro es bastante probable. Y al salir, lo más gracioso. Un arco te despide con el lema "Usted está entrando en la Unión Europea".
Pero lo mejor de Christiania, el restaurante que se encuentra en su corazón. Spiseloppen. Una entrada digna de películas de terror. Con las paredes abarrotada no de graffitis, sino de pintadas. Uno se pregunta, ¿voy al sitio adecuado? Una vez entras, no se diferencia tanto de un restaurante corriente. Antes disponía de mesas alargadas para compartir cena con desconocidos, pero ahora también eso se ha abandonado y tú te sientas en tu mesa y pides tu menú. ¡Y qué menú! Spiseloppen es una cooperativa formada por ocho cocineros de ocho países diferentes, y cada día su menú es diferente, por eso te lo ofrecen en una fotocopia hecha a mano. A nosotros nos tocó chef francés, y los franceses tendrán sus cosas, pero los chefs son chefs. Yo pedí una perdiz, con ensalada de espinacas y queso feta, acompañado de mus de patata y ensalada tropical. Por unos 20 euros, una delicia para el paladar. Un sitio muy, muy recomendable.
De vuelta al hotel, ya muy cansados. Dio tiempo a parar en una terraza a la orilla de los canales de Christiania. Yo estuve en Bådudlejning, con una buena variedad de cervezas. Pero también se puede optar por cafés sobre un barco. Otro barco sirve de taxi y te lleva a tu casa, si está al lado del canal. Pero yo me fui andando.
PD: Todas las fotos son mías, menos por supuesto la de Christiania, pues no quise romper la norma impuesta por sus vecinos y arriesgarme a más de una mala mirada.
muy bueno lo del mensaje de despedida que tienen en christiania, qué jefes!
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