El sábado estuvimos en Bjørneparken, El parque del oso, en la localidad de Flå, en el interior de Noruega, a dos horas de Oslo. No deja de ser un zoo paracido al vallisoletano de Matapozuelos, ahora apodado Walwoo, que suena más "cool", pero claro, allí no se ven alces. Lo primero que sorprende (al que no lleva en Noruega mucho tiempo) es el precio de la entrada, porque se pagan 100 kr por persona (12 euros) y tampoco hay tantos animales que lo valgan. Pero dejemos el eterno tema del dinero y disfrutemos del paseo. Sí que hay verjas, sí, no andan sueltos, pero los bichos tienen mucho espacio, y se puede dar de comer a osos y lo más llamativo para los españoles los alces, símbolo y orgullo de Noruega. Si se va acompañado de críos, y yo iba con mi hijo de tres años y una amiga de cinco, se disfruta bastante. Merece además la pena visitar una tremenda cabaña hecha en madera al estilo Samish.
Hoy domingo he tenido el típici "fisketur", excursión de pesca. Mi sobrino, de 24 años y auténtico vikingo curtido en mil batallas campestres, me ha llevado a uno de los mil fiordos de Noruega, en Sylling, hemos montado la canoa y a la aventura. Había unas olas bastante intimidantes para una canóa de fácil vuelvo, pero como íbamos calzados con nuestro gore-tex, dijimos adelante y al toro. Bueno, no dijimos eso, que aquí el "bullfighting" está muy mal visto. Atracamos en un islote en medio del río y sacamos las cañas... de pescar. No hubo suerte. Ni trucha ni salmón. Otra vez será. Encendimos la hoguera y con rudimentarios utensilios comimos los típicos "polses" (salchicas), beicon (¿se escribe bacon?) y huevos revueltos. Y de vuelta para casa.
Esta historia contada así será de lo más simple y monótona para los amantes del campo, pero para mí ha sido una pequeña aventura. Habrá más. Noruega tiene muchas posibilidades ahí entre los árboles y los lagos.
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