En los más de tres años que llevo viviendo en Noruega, me he cansado de escuchar lo terrible que es este país. Frío, aburrido, poca vida social, precios elevadísimos, alcohol y tabaco inalcanzables … Me muevo en un entorno poco noruego. No sé por qué, pero ninguno de mis amigos más cercanos es de aquí. Conozco a muchos, claro, y tengo amigos, pero ningún noruego con la confianza suficiente para quedar a tomar una caña a solas y hablar de mis cosas más personales. Mi mejor amigo es de Macedonia. Mis compañeros de trabajo con los que más me relaciono son de Francia y Suecia. Mis amigos en Oslo son españoles. Y hay una mala rutina del inmigrante de criticar lo que no es suyo. Y la pregunta es, si tanto nos disgusta Noruega, ¿qué hacemos aquí? Se podría decir que estamos presionados por las circunstancias: el trabajo, la familia… Pero no es así. Hay mucho más. Noruega no está tan mal. Y no sólo porque los sueldos sean fantásticos. Simplemente es otra forma de divertirse. Y hay que hacerse a ella. Esta es la parte dura. Yo lo he intentado esta semana. Y no me ha ido mal.
La semana que mañana termina ha sido de vacaciones para mí. Ser profesor tiene algunas ventajas, y tener numerosos días libres en una de esas pocas, como ya relaté en uno de mis antiguos post. En Noruega el curso empieza antes, a mediados de agosto. Pero para compensar, hay Høstferie (vacaciones de otoño), una semana en octubre, y Vinterferie (vacaciones de invierno) otros siete días en febrero. Las que ahora disfrutamos. Con la cosa de la crisis, no daba para unas vacaciones en la playa, que es lo que más apetece tras 2 meses a diez bajo cero y con nieve hasta la cintura. Así que decidí sacar el mejor partido a mi entorno: Drammen.
Este año apenas he ido a patinar sobre hielo, el único deporte de invierno que hasta ahora dominaba, y también el más barato. Compras unos patines por unos 30 euros, y te buscas el charco más cercano. Sencillo. Sencillo encontrar el hielo, no tanto patinar. Pues el “palante” ya lo controlo, pero el “patrás” necesita aún un retoque de técnica.
El finde pasado probé un “deporte” más tranquilo sobre la misma superficie. El “isfiske”, o pesca sobre hielo.
A mí esto siempre me ha dado mucho reparo desde que hace años vi una película en la que unos niños jugaban al jockey sobre un lago, este se rompía y ya sabemos lo que les pasó a las criaturas. Pero bueno, tras los dos mencionados meses con carámbanos en las narices, el hielo tiene un grosor considerable, y fuimos a pescar a Drammenfjord, el fiordo de Drammen. Es decir, lo más cerca que he estado de ser Dios, porque estuvimos literalmente caminando sobre las aguas del mar. Agua salada, que es lo que más me sorprendió. Esta práctica, que me niego a considerar deporte, siempre me había parecido un tanto aburrida, pero no lo fue tanto cuando en menos de dos horas, cacé cuatro bicharracos de unas proporciones adecuadas para pegarnos una buena cena.
Mi siguiente incursión en la cultura nórdica fue el esquí de fondo o nórdico. Deporte y orgullo nacional. Hace un par de semanas probé en Oslo, en una excursión que tengo pensado relatar para Soitu, así que la aparco. En esta ocasión fue en Drammen, y por triplicado. Tres veces en una semana, así que no es broma que mis brazos empiezan a crecer. En esta zona tenemos dos pequeños lugares para esquiar. En la loma de la montaña, por encima de donde yo vivo, que se lleva Solbergelva, y en el famoso Spiralen. Increíble obra de ingeniería que merece la pena visitar, con un túnel en espiral de 2 km de largo. Esquiar tiene su punto, y casi se lo estoy pillando, porque al principio no lo cazaba. Subiendo te agotas y bajando te caes de bruces. ¿Dónde esta la gracia pues? Pues en tener técnica para no cansarte tanto y no caerte a cada bajada. Estamos en ello. De momento lo que saqué de estas excursiones es la foto que acompaño. Que aunque parezca algo raro, tan sólo es mi codo.
Puestos a correr riesgos, quise dar un paso más. Snowboard. Tan solo había probado un par de veces, junto con el curso de noruego, con resultados no del todo satisfactorios. Pero no desfallezco. Quedé con dos alumnos de mi instituto en Drammen Skisenter. Uno de los estudiantes es 100% sangre nórdica, de los que han nacido con los esquís en los pies y que algo podría enseñarme. Y no estuvo mal. 5 veces para arriba y 5 para abajo. Bueno, para abajo muchas más, si contamos cada vez que me caí. Para empezar, al bajarme del telesilla. Porque joder, no consigo pillarle el punto. Luego, si se baja despacito y frenando, el snowboard no es tan difícil. Hacer birguerías se lo dejo a otros.
Y esto también es Noruega. Lo que ofrece lo tienes que tomar. Y si no, lo mejor es sacar el primer billete de avión que salga para la playa…. Lo cuál me estoy planteando.